Si yo fuera inmortal como el mar…*
Ángela Estefanía Arellano Basurto

El corredor del pasillo parecía eterno, como si no tuviera fin, y entre la luz incandescente lograba ver los rostros de mis padres, aquellos rostros pálidos e inseguros que fácilmente me hacían sospechar de lo que ocurría; me daba temor pensar siquiera en lo que podría pasar conmigo, tantas ganas de saberlo como de ignorarlo, sentía cómo la vida se me iba en un parpadeo y cómo todos mis sueños se iban por la borda. Tan sólo ayer disfrutaba de tantas experiencias, esas experiencias que hacían de mí una adolescente a medio camino, como un capullo que estaba a punto de florecer, aún ni sacaba lo mejor de mí, pero la muerte llega sin avisar, te encuentra aunque te escondas y no le importa la raza ni el color. Unos meses antes planeaba el mejor de mis viajes con mi familia, teníamos la idea, en especial yo, de ir a la playa, y aunque estuviera un poco caro, los mayores lo habían prometido; nunca me imaginé que un insignificante virus lo convirtiera en una indescriptible pesadilla.


―¡No sabrás lo que se siente hasta que te suceda!


Recuerdo esas palabras dentro de mí como un tóxico nocivo que deshace y humilla mis sentimientos al haber visto los rostros de los enfermos en una visita al hospital por parte de la escuela, en ese momento para mí todos eran menos que yo; recuerdo mis palabras de aliento hacia ellos:


―No se preocupen, pronto descansarán al morir.


Créanme que esas son las palabras que menos desearía escuchar, la palabra muerte es una de las más usadas y de las más enfermizas, es la favorita de los médicos y para algunos la solución a su dolor…


Me encuentro en cuarto 201 del Hospital General de la Ciudad de México, aún con la esperanza de ver el mar o siquiera sentir en nariz el olor a sal, tocar la arena como su fuera parte de mi piel y sentir en mi rostro la pequeña brisa de las olas; me conformaría con tan solo sentir cómo el agua lleva y trae la arena a la orilla, esa arena inmortal o esa pequeña gota de agua que forma parte de algo tan grande como las olas.


En la recámara no estaba sola, me acompañaba una joven como yo, a diferencia de que ella sí recibía visita, yo por el contrario estaba sola, como una mascota sin dueño. Me sentía más sola que mi primer día en el kínder, no salían lágrimas, estaba completamente seca, sentía tanto odio que sin saber lo que tenía no preguntaba a los médicos, en ese momento no me importaba…


Entonces volví a dormir, y nuevamente sentía ganas de soñar con el mar, esa era la forma más cerca en la que podía encontrarme con él. Deseaba no despertar nunca, o despertar después de cien años como en los cuentos.


Entonces sentí cómo unos labios húmedos se acercaron a mi frente y desperté y volvió a mí la alegría por un momento, la alegría de ver a mi familia rodeando mi cama, pero al mismo tiempo la intriga de ver sus brazos perforados por una aguja, esa intriga que vaga por mi mente pero que no quiere ser respondida, y la verdad tenía miedo.


Un día mis padres me sacaron del hospital, vi el sol tan encandilada después de no haberlo visto durante tanto tiempo, como si me lo hubieran prsentado por primera vez.


Ese día me llevaron delicada a la playa, nunca me imaginé verlo tan cerca y en la vida real, ya no era cosa de sueño.


Al pisar la arena sentí cómo el mar inmortal se impregnaba en mi cuerpo mortal, éramos tan diferentes pero a la vez tan iguales que éramos uno solo.


Junto al mar esperé mi muerte, y por primera vez no tuve miedo, mis padres me dijeron que mi enfermedad era tan grave que no se atrevía a decírmelo, aunque yo se los exigía, pero tenían razón, no tenía caso pedirles una explicación de lo que la muerte estaba haciendo conmigo, era mejor no saberlo.


Les pedí a mis padres un momento a solas con el mar, curiosamente la muerte te asecha y sabes cuándo te atacará, y yo no quería que mis padres lo vieran, quería morir junto al mar, que me envolviera la arena y me arrastraran las olas para perderme en mi sueño, un sueño que se realizó, un sueño que nunca lo esperaba…


Entonces sentí mi último latido, mi última respiración, sentí cómo la solas trataban de llevarme pero al mismo tiempo trataban de hundirme, y entonces, ene se momento fue cuando vencí el dolor de la muerte porque he muerto feliz, no culpo al virus en sangre ni a la corta vida que tuve porque he soñado sin estar dormida y he vivido siendo inmortal…

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* Cuento ganador del primer lugar del estado de Querétaro del XVI Concurso Nacional de Expresión Literaria "La juventud y la Mar" 2016. Los Derechos Reservados corresponden a la Secretaría de Marina-Armada de México.